viernes, 5 de junio de 2009

Vejéz: Vida, soledad, muerte, fe, amor y resurreción (Análisis de las películas "Elsa y Fred" y "Las confesiones del Sr. Schmidt")


Por Carlos Arquieta

“La muerte entra dentro del dominio de la fe”[1]
Lacan

Olvidamos, o al menos eso queremos, ponernos a ver lo que sucede en la vida real del ser humano. Nacemos, crecemos, nos reproducimos y morimos. A la vez, tenemos procesos imaginarios que se dan dentro de esas etapas, uno de ellos el amor. Pero hablar de morir, considerando que no se habla mucho de eso, ahí es donde encontramos cosas interesantes. Encontramos pequeñas historias, pequeños momentos casi “bíblicos” de muertes y resurrecciones dentro del proceso mismo de morir.

Pero antes de esto, hagamos un pequeño juego, puesto las palabras siempre nos dejan esta pequeña posibilidad. Considerando la homofonía de palabras, la palabra “amor” se puede comparar a la frase alemana “a mort”, que significa “ha muerto”. Como bien planteaba Miller (1989): “El francés que no sabe castellano, cuando escucha “amor” entiende “ha muerto”. Bien: podemos imaginar las consecuencias de un tal malentendido. Quizás, a su regreso a Francia, pensará, en lugar de “hacer el amor”, “hacer la muerte”. Tal vez se transforme en un asesino, o tenga gustos necrofílicos; tal vez descubra el único amor de su vida entre las tumbas, o sólo en una viuda; o “hará el amor a muerte”, “á mort”, hasta la muerte.”[2]

A partir de lo ya mencionado, planteamos lo siguiente: el salto de la vida a la muerte (¿o de la muerte a la vida?) implica que también encontramos la palabra “amor” de por medio. Si consideramos que la vejez es la época en la que el sujeto se encuentra más cerca de la muerte (o al menos biológicamente hablando, puesto nada asegura el momento en que moriremos), no podemos dejar el amor de lado. ¿O acaso por ser anciano no se puede amar? El amor es algo que atrapa, y hasta un viejito y una viejita se pueden hallar en medio de toda una odisea amorosa.

En “Elsa y Fred”, del director Marcos Carnevale, encontramos lo mencionado: “El día en que Alfredo se muda a un moderno edificio de Madrid ayudado por su hija Cuca, Elsa choca el auto de ésta última por accidente y se da a la huida. Pero el hijo de Cuca la ve y le cuenta a su madre quién es la responsable de la abolladura y lo faros rotos.

Gabriel, el hijo de Elsa se ofrece a pagar los daños ocasionados firmando un cheque. La mujer se lo lleva a Alfredo para que se lo de a su hija pero inventa que en realidad necesita el dinero para ayudar a su hijo menor que tiene cinco niños. El anciano decide pagar él mismo la reparación y Elsa le agradece invitándolo a comer a su casa.

Entre ambos la soledad que ambos experimentan pronto nace un vínculo que evoluciona hasta convertirse en amor, pese a las iniciales resistencias de Alfredo, quien sigue afectado por la reciente muerte de su esposa. Elsa, quien lleva una enfermedad terminal en silencio, decide tomar la delantera en la relación y hacer que el anciano viva todas esas cosas que nunca se permitió.

La mujer revoluciona la vida de Alfredo (o Fred, como ella lo llama) quien hace a un lado su hipocondría y decide vivir a pleno sus últimos años. Cuando él se entera de la enfermedad de su nueva novia y de alguna de sus fabulaciones decide cumplir el máximo sueño de Elsa: viajar a Roma para conocer la fontana di Trevi. Alfredo paga el viaje con el dinero que iba a invertir en un negocio con su yerno y en la fuente ambos recrean la escena de La dolce vita de Federico Fellini, la película de la cual Elsa es la fanática número uno.

Algún tiempo después, Alfredo y su nieto Javi van a colocar flores al cementerio en la tumba de Elsa y él se da cuenta –con una sonrisa en los labios- de que ella le mintió en la edad.”[3]
Dejemos de lado la idea constante de que en el anciano se dan ciertas situaciones como ley, y recordemos que el psicoanálisis deja como enseñanza que la universalización del psiquismo sería como pretender que todos los estudiantes en el mundo logren ser algún día buenos profesionistas.

“Así, el miedo a la muerte ha sido interpretado como el temor más básico que experimenta el ser humano, del que derivan los restantes miedos a través de su asociación directa o genérica con la muerte.”[4] Cuestionemos un poco este planteamiento, pues en esta película no hay solo muerte, miedo, o soledad. Hay un paso constante de la soledad al amor, y del amor a la soledad. ¿No es también el constante pase de la vida humana, de la muerte a la vida, de la vida a la muerte? Si hay algo que Elsa nos enseña es que una persona, aún estando al borde de la muerte por culpa de la enfermedad, es capaz de enamorarse y, aún estando casada, de pasársela bien. ¿Tener un poquito de fe acaso? La pregunta queda abierta.

Lancemos algunas ideas que se pueden observar en la película y que vemos también en la vida diaria sin hacer mucho esfuerzo. Elsa juega con la muerte, me atrevería a decir que Elsa es más mexicana que muchos mexicanos. “Nuestra” Elsa nos da la contra de muchas de las reacciones esperadas en un duelo por la vida. Y aún nada que ver con la melancolía freudiana, de la cual vemos ligeros esbozos en el Sr. Schmidt, de quien hablaremos más tarde. Al parecer, de las dos reacciones que consideramos comunes e influyentes en el proceso del morir: “la negación y el miedo hacia el hecho de la muerte”[5], Elsa solo deja ver la negación, aspecto inconsciente que se ve manifiesto en su constante alegría y picardía, además de su constante mentir en diversas situaciones. Creo que éste último aspecto es el mayor indicador, como un constante decir inconsciente: “si puedo mentir en la vida, por qué no mentirle a la muerte.”

Ahora, pareciera que Fred encarnara lo que Elsa se niega a considerar, la muerte. Así pensemos la posibilidad de considerar que es por lo que Elsa se enamora tanto de él. Si consideramos al Otro de Lacan como “la parca”, esa muerte que aguarda, que vigila, casi como algo seductor y dice: “ven a mí”, pero que no existe por no tener algo que ofrecer, podríamos decir entonces que Elsa odia tanto a la muerte hasta el grado de poder amarla, buscándola en alguien en quien pueda creer que la represente, lo cual sería menos angustiante que enfrentarse con el “Otro que no existe en tanto no tiene”. No nos extrañaría que esto sonara un tanto egoísta, pues al fin y al cabo, de lo que se trata el duelo freudiano es precisamente de perder el objeto para abandonar la angustia: “El objeto ya no existe más; y el yo, preguntado, por así decir, si quiere compartir ese destino, se deja llevar por la suma de satisfacciones narcisistas que le da el estar con vida y desata su ligazón con el objeto aniquilado.”[6] Por objeto aniquilado, nos referimos a la vida misma perdida por la enfermedad terminal.

Resumiendo, la pregunta es: ¿Entonces por qué Fred logra despertar algo en ella? Proponemos lo siguiente: Más que sobrellevar una enfermedad terminal, Elsa se atreve a sobrellevar a Fred, se deja seducir por la muerte, se permite vivir el elemento “amor” entre la vida y la muerte.

Dejemos de lado a Elsa un momento. Encontramos algo común entre la fase inicial de Fred (como si dijéramos Fred B.E., dígase, antes de Elsa) y el viejo Sr. Schmidt: “Las personas víctimas del viejismo se consideran desde el punto de vista social como enfermas, seniles, deprimidas, rígidas, asexuadas, pasadas de moda y una multitud de rótulos descalificatorios más”[7]. Al inicio, sus formas de ser parecieran caracterizarse “(…) por una desazón profundamente dolida, una cancelación del interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de amar, la inhibición de toda productividad y una rebaja en el sentimiento de sí que se exterioriza en autorreproches y autodenigraciones y se extrema hasta una delirante expectativa de castigo”.[8] De una buena vez, podríamos considerar todo lo mencionado como características de un tipo de muerte, y específicamente en estos casos, esa “muerte social”, en la que el propio individuo “determina su propia muerte social al considerar que ha dejado de ejercer un papel en la misma y que ya no forma parte de su comunidad, o cuando se retira por unos u otros motivos, de la vida social. (… el anciano que tras la pérdida de su conyugue decide encerrarse en casa con sus recuerdos y morir para todo lo demás, etcétera).” ¿Fred B.E. y el Sr. Schmidt son muertos “sociales” vivientes?

El lector podría decir: ¿por qué calificar así a Fred, cuando de quien hablas es propiamente del Sr. Schmidt? A esto, puedo decir que era necesario hablar un poco del Fred “B. E.” para poder comparar su temprana “resurrección” con la tardía “resurrección” del Sr. Schmidt. Que hayan resucitado ambos gracias a la fe podría sonar un tanto religioso, pero si comparamos la fe con el concepto “amor” que se da en la experiencia humana, y por qué no, analítica, las cosas cambian.

Pero que el Sr. Schmidt, a diferencia de Fred, se haya quedado más cercano a la definición freudiana de melancolía (que más bien sería un “duelo patológico”) durante más tiempo, implica diferencias en los tipos de depresión que ambos presentan. Mientras que Fred, ante la muerte de su esposa, presenta un “duelo normal”: “la reacción frente a la pérdida de una persona amada”[9], el Sr. Schmidt tiene toda una serie de pérdidas que lo llevan a algo que llama Salvarezza “duelo patológico”. El autor ya mencionado nos dice que si “el duelo normal es el trabajo de elaboración de una pérdida, el duelo patológico se caracteriza por la dificultad de aceptarla y por una reacción desmedida –para el observador- ante esa imposibilidad”.[10] Es claro que al Sr. Schmidt no le gusta nada todo por lo que empieza a pasar a partir de su retiro. Salvarezza continúa hablando sobre el duelo patológico y sus desencadenantes: “Los motivos más comunes suelen ser: fallecimiento del cónyuge, de hijos, nietos o allegados, migraciones, mudanzas o desalojos, casamiento y/o abandono del hogar por parte de los hijos, enfermedades propias o de familiares.”[11] Diríamos que el diagnóstico diferencial para el señor Schmidt es: depresión neurótica, del tipo de “duelo patológico”.

Si regresamos a Fred, la gran diferencia es que su duelo no es patológico, es normal, y retomando la teoría “al duelo no hay que tratarlo, hay que acompañarlo”[12]. Sin embargo, más que acentuar la diferencia en el diagnóstico, me gustaría llamar la atención sobre esto último que Salvarezza menciona. Fred nunca fue tratado, siempre fue acompañado. Además de su familia, llega alguien a su vida: Elsa. ¿Podríamos decir que la fe en ese amor venció a la muerte? Si consideramos la gran ventaja de Fred sobre el Sr. Schmidt, del cual podemos ver en la película que más que ser acompañado es “abandonado” por la familia que le queda (aunque suene satanizante, su hija le dejó al Sr. Schmidt mucho que desear), podemos entender ahora las implicaciones del amor en la muerte, de la fe en la resurrección si se me permite decir.

Fred “resucita” gracias a la mano de Elsa. Elsa, en esa escena de la fontana di Trevi, cuando ella y Fred están frente a frente y callan las aguas, escena totalmente imaginaria, logra volver a ponerle la raya a la muerte, representada ahora por Fred: “Te amo, Gracias”, dice Elsa a su amado. ¿No será un “gracias, te amo”? “Gracias, pues gracias a tu imagen logré vivir, aún siendo yo también una “muerta viviente”, y por darme eso que como representación del Otro no tienes, por eso y solo por eso, te amo”. Y agregaría un… “Vivieron felices para siempre”. Y no confundamos un vivir feliz para siempre, no implica inmortalidad. ¿Por qué no considerarlo como un “fui feliz cuando viví contigo”? El “vivieron” es cosa de dos.

No se alarme el lector si no hablo del Sr. Schmidt, pues para él hemos reservado un lugar especial. Creo que ya ha sufrido, o muerto, mucho, y es momento de decirle: “Sr. Schmidt, usted también puede resucitar. Estimado Sr. Schmidt: ¿Qué puede decir de ese Otro con el que usted mueve correspondencia? No hablo de la muerte, pues a usted todavía le queda una vida por delante. Ese pequeño ¿cómo se llamaba? Ah sí, Ndugu. Si tiene fe en él, como él en usted, podrá darse el derecho a “gozar” de ese “y vivieron felices para siempre”.

Es evidente que la presencia de Ndugu a través de meras cartas[13] es un recurso de vital importancia para la salida del duelo patológico en el que se ve saliendo poco a poco al Sr. Schmidt al final de la película. Digo poco a poco, porque esa lágrima que vemos en la última escena es, diría yo, el inicio de un “duelo normal”. ¿O acaso lo vimos llorar antes?

Las relaciones intersubjetivas de los seres humanos presentan toda una gama de posibilidades. Las posibilidades que se observan en “Elsa y Fred” y “Las confesiones del Sr. Schmidt” son interesantes ejemplos de la importancia de eso que llamamos “amor” en la época que en ocasiones también llamamos “el otoño de la vida”. Verdaderamente, dejamos que nuestros ancianos se crean el cuento de que su vida ha concluido. Y llega la muerte social. Toda la serie de pérdidas que se dan en esta etapa de la vida provocan cierta vulnerabilidad psíquica en algunos ancianos, y la acción de la sociedad sobre tal hecho es, o por un lado nula, o por otro lado, mortificante.

Si Lacan tenía razón en esa frase “La muerte entra dentro del dominio de la fe” no es sólo porque es reconfortante el creer en que vamos a morir, sino porque también la fe es un tipo especial de amor, amor ciego, por qué no. Y la muerte puede intentar entrar en ese dominio de las interacciones humanas, pero mientras el amor esté de por medio, la vejez puede disfrutarse tanto como la misma juventud.



Notas:

[1] Conferencia en Louvain (1972), tomado de http://www.youtube.com/watch?v=xG2ledvd42M
[2] Tomado de la tercera conferencia del seminario de Jacques A. Miller “Lógicas de la vida amorosa”: Jornadas del Campo Freudiano en la Argentina, Buenos Aires, 1989.
[3] http://es.wikipedia.org/wiki/Elsa_y_Fred
[4] Salvarezza, L. (1998) La muerte y el morir en el anciano. Cap. 16 p p. 379-401. Tomado de: Una mirada gerontológica actual. Buenos Aires: Paidós.
[5] Op. Cit.
[6] Freud, S. (1915). Duelo y melancolía. Argentina: Amorrortu.
[7] Salvarezza, L. (1998) Factores sociales y biológicos que inciden en la psicología del envejecimiento. Cap. 2 p p. 38-55 Tomado de: Psicogeriatría: Teoría y Técnica. Buenos Aires: Paidós.
[8] Freud, S. (1915) Duelo y melancolía. Argentina: Amorrortu.
[9] Freud, S. (1915) Duelo y melancolía. Argentina: Amorrortu.
[10] Salvarezza, L. (1998) Las Depresiones en la Tercera Edad. Cap. 3 P.p. 58-101. Tomado de: Psicogeriatría: Teoría y Técnica. Buenos Aires: Paidós.
[11] Op. Cit. Las cursivas son mías. Con ellas indico las pérdidas que el Sr. Schmidt tuvo que sufrir.
[12] Op. Cit.
[13] “(… que lo esencial se pueda transmitir así. Eso demuestra la hipótesis lacaniana del inconsciente estructurado como un lenguaje, que en cierto modo todos los analizantes saben. Se puede agregar que es notable que el caso fundamental para Freud de la teoría de las psicosis, el caso Schreber, sólo lo conoció por el escrito de Schreber y nunca se encontró con Schreber” Fragmento tomado de Contrapunto clínico, presentación realizada por Jacques Alain-Miller en el Simposio del Campo Freudiano, Buenos Aires, 1989.

jueves, 21 de mayo de 2009

Ciencia, religión y tolerancia

Por Carlos Arquieta

Es curioso, puesto la religión y la ciencia tienen mucho de parecidas. Mientras la ciencia tiene el "método cientifico", sus leyes y sus procedimientos, la religión tiene sus "diez mandamientos", sus dogmas y sus rituales. La pequeñísima diferencia es que la ciencia ha encontrado formas empíricas de llegar a la verdad, mientras la relgión hace sus planteamientos de la verdad a partir de la fe.

¿Cual de las dos es la que conviene? La que mejor aplique a nuestra existencia. Hablar de tolerancia de ideologías implica llegar a la conciencia de las diferentes formas de pensar, sin condenarlas. Mientras el ser humano acepte su condición de sujeto "en falta" como diría Lacan, o de sujeto no perfecto, pero "perfectible" como plantea la religión católica, no encontramos problema alguno. La eterna busqueda de la verdad será, pleonásticamente, interminable, y así, no se me ocurre como cerrar, más que con un comentario magnífico que me hizo una buena amiga:

"estoy abierta a los diferentes puntos de vista respecto a la religion, creo que lo importante es conocer las ideas para poder formarse una propia buscando la verdad, y el conocimiento"- Guadalupe

lunes, 18 de mayo de 2009

Sobre la psicogénesis del suicidio

Por Carlos Arquieta
A través del tiempo, el hombre le ha dado un distinto significado a la muerte según su contexto, e incluso la misma sociedad influye de alguna manera en su forma de pensar sobre ella; a su vez, se ha criticado duramente el acto suicida en todas las épocas conocidas del hombre pensante, pero ¿qué pasa por la mente del suicida que lo impulsa a cometer tal acto? Para contestar a esta pregunta, tendremos que dejar a un lado el aspecto social para ahondar más en los factores psicológicos propios del suicida.

Hablando propiamente del psicoanálisis, este ve al suicidio de dos maneras: una es dirigida hacia un objeto externo y otra hacia el propio yo.

El suicidio puede tomarse como la acción que culmina una crisis de manera significativa. El suicidio se da luego de una fuerte decepción amorosa que retorna al sujeto la agresión contra el padre u objeto perdido, lo que hace evidente que el suicidio es un acto con un alto contenido simbólico dirigido a “otro” como una forma de expresarle que su desprecio fue fatal, mortal. Con esto la persona suicida quisiera hacer sentir culpable al “otro” y que tal escena de la acción suicida lo deje con el remordimiento destructor de ser la causa de tal atrocidad.

Ya habíamos mencionado que el Otro está de por medio. Es interesante como en el acto se suicida pareciera que se “funden” los procesos inconscientes y conscientes[1], siendo afectado el Otro interno y el Otro externo. En esta relación sujeto-Otro encontramos las siguientes premisas[2]:
El suicidio es un suceso que pretende enviar un mensaje de una persona a otra;
Existe una persona específica que se espera reciba el mensaje del suicidio; el acto suicida se comete por esa persona, por encima de todo; y
el principal contenido del mensaje que se transmite es el enojo

Aún y esto nos parecerá bastante manifiesto, y talvez sea preciso recordar los planteamientos hechos por M. Klein. Regresemos a lo inconsciente y a lo que se da en el plano de la fantasía. Nos recuerda que “todo estímulo externo o interno está lleno de los mayores peligros”[3]. Entonces, cualquier fragmento que quede de los objetos malos, cualquier objeto malo del exterior, o incluso internalizado, pone en peligro la integridad no sólo de los objetos malos, sino también de los buenos. Todos estos procesos que se dan dentro del sujeto lo llevan a un conflicto inconsciente, conflicto en el cual, al haber riesgo de pérdida del objeto bueno, el sujeto cae en un autocastigo, el cual puede ser el suicidio. A esto nos referimos cuando hablamos del sucedió dirigido al yo, como forma de autocastigo. Es aquí donde nos detendremos por ahora, y ahondaremos en como se da ese autocastigo.

En el texto “La psicogénesis de la homosexualidad femenina” de 1920, Freud dice: “El psicoanálisis nos ha descubierto, en efecto, que quizás nadie encuentra la energía psíquica necesaria para matarse si no mata simultáneamente a un objeto con el cual se ha identificado, volviendo así contra si mismo un deseo de muerte orientado hacia distinta persona” [4]

Entramos al terreno de las identificaciones. Recordemos que los primeros objetos, en particular los “buenos” son con los cuales el sujeto se identifica. Así, otro factor que provocaría el suicidio en el adolescente sería identificarse con ese objeto que se quiere destruir, destruyéndose a sí mismo en el acto suicida. Pero no es tan sencillo, porque este acto lleva implícito un poco de culpa, culpa generada por los primeros objetos introyectados, los cuales forman la base del superyò[5].

Anteriormente mencionamos como puede darse la posibilidad de identificarse con objetos sumamente severos, un objeto bueno bastante perfecto y exigente, que pide toda la atención. El lector ya habrá recordado: ese objeto que decíamos que hacía una petición como “¡Tienes que repararme!” Si dijimos que ese objeto es introyectado, convirtiéndose en un superyò, éste podría castigar al sujeto si es incapaz de protegerle, en una lógica de “no me protegiste, a mí, quien te dio gratificación, no me demuestras gratitud…deberás sufrir las consecuencias” El sujeto cae en esa culpa y desvalorización de su yo, y culmina en su autodestrucción.

Veámoslo desde Freud. Tomando en cuenta que las tendencias suicidas deben ser vistas también desde un lado interno, podemos decir que en la neurosis, el mecanismo psíquico hace que en el sujeto retorne el deseo de matar; pero al ser casi imposible confesar que el objeto de la pulsión de muerte es un ser amado, esta pulsión se vuelve contra la propia persona en un sentimiento de autodesvalorización y destrucción. ¿Còmo es posible desear la muerte de un objeto amado? Pareciera que la única forma de compensar semejante pensamiento de muerte hacia el objeto amado sería la muerte propia. Veámoslo en un esquema, juntando la teoría de Stekel (1910) y las modificaciones hechas por Freud en “Duelo y melancolía” (1915)[6].


Deseo asesino hacia alguien-Impulso reprimido por el superyò-Sentimiento de culpa-Estado de melancolíaAuto-destrucción


Figura 1: Esquema interno del acto suicida

Para reafirmar esta idea de que el suicidio puede ser dirigido hacia el propio yo, podemos citar a Albert Camus, quien nos dice que la sociedad y el mundo externo no tienen mucho que ver con esta clase de pensamiento, es en el aparato psíquico del suicida donde se encuentran estos pensamientos suicidas que tanto atormentan al individuo. Dependerán entonces estas tendencias de la forma en que estén organizadas las pulsiones de vida y muerte del sujeto.

Para dejar claro esto último tomaremos como referencia lo que Freud nombra “pulsión de muerte”. La meta de toda vida es la muerte. Cuando surge la vida hay una pulsión que procura volver a la muerte, es decir volver a lo inanimado. Las pulsiones de vida son las que impulsan al organismo a prolongar la vida del sujeto y así retardar el proceso de muerte. El concepto de pulsión de muerte fue introducido por Freud en “Más allá del principio de placer” (Jenseits des Lustprinzips, 1920); en este texto describe a la pulsión de muerte como una tendencia a liberar el cuerpo de toda tensión y volver a lo inorgánico (o inanimado).

Al ser estas pulsiones de muerte casi una invitación a la autodestrucción que surge del interior psíquico del sujeto, estas solo se exteriorizan cuando el sujeto intenta agredir a un tercero como parte de su mismo impulso a la destrucción exteriorizado a lo cual se le puede llamar pulsión agresiva o destructiva, que es cuando el sujeto refleja en otro ese sentimiento de autodestrucción y lo manifiesta.

Según la teoría de Freud, estas pulsiones de vida y muerte se separan una de la otra dando pié a lo que se diría un dualismo entre ellas dado a su función contraria en cuanto a que la pulsión de muerte intenta destruir para liberar tensiones y la pulsión de vida conservar la misma.

Melanie Klein reafirma ese dualismo de las pulsiones de muerte y pulsiones de vida, atribuyendo incluso un papel fundamental a las pulsiones de muerte desde los comienzos de la existencia humana, no sólo en la medida en que están orientadas hacia el objeto exterior, sino también en cuanto operan en el organismo y dan lugar a la angustia de ser desintegrado y aniquilado.[7] Así, el lector, aún a estas alturas, podrá ahora entendernos sobre el por qué elegir una postura Kleiniana en los temas de depresión y suicidio.

[1] Decimos que se funden, porque la agresión hacia el Otro no sólo se da de manera interna, sino que, externamente, los familiares o la persona por la cual se cometió el suicidio en verdad sufre la agresión hecha hacia su persona.
[2] Estas premisas son tomadas de Sullivan, D. y Everstine, L. “Personas en Crisis” Ed. Pax México (2000).
[3] Klein, M. “Contribución a la psicogènesis de los estados maniaco depresivos” Ed. Bibliotecas de Psicoanálisis.
[4] http://www.herreros.com.ar/melanco/garcia.htm
tomado el 23 de Abril de 2008

[5] Sólo resaltamos el origen mismo del superyò en los primeros objetos introyectados, los cuales, como ya se vio, presentan desde el principio las características de rigidez y rigurosidad propias de superyò maduro.
[6] Sullivan, D. y Everstine, L. “Personas en Crisis” Ed. Pax México (2000). Cabe mencionar que en el esquema, la única modificación o elemento que agregó Freud es el “estado de melancolía” que se da antes de la “autodestrucción”
[7] Laplanche, J. y Pontalis J. “Diccionario de Psicoanálisis”. Ed. Paidòs, España (1996)

sábado, 16 de mayo de 2009

Análisis de la película "Una mente brillante" a modo de viñeta clínica

Por Carlos Arquieta

Me gustaría compartir con los lectores una tarea que se me pidió realizar en la materia de psicoanálisis. Es un análisis, en forma de viñeta clínica, de la película "Una mente brillante". Como se puede ver, este tipo de trabajos permiten a los estudiantes lograr una especie de entrenamiento en el ejercicio clínico con futuros pacientes, por lo que opino que son trabajos bastante interesantes y entretenidos.

Una Mente Brillante
Ficha técnica

Título: mente brillante
Título original: A Beautiful Mind
Dirección: Ron Howard
Producción: Brian Grazer, Ron Howard, Maureen Peyrot
Guión: Akiva Goldsman
Música: James Horner
Fotografía: Roger Deakins
Reparto: Russell Crowe, Ed Harris, Jennifer Connelly, Christopher Plummer, Paul Bettany, Adam Goldberg, Josh Lucas
País: USA
Año: 2001
Género: Drama
Duración: 135 min


NOMBRE: John Nash

Síntomas

Pérdida de la realidad
Alucinaciones
Delirios de persecución (paranoia)
Trabajo intelectual excesivo sin fines reales (recorta y marca revistas buscando códigos, entrega cartas en lugares abandonados)
Automutilación (buscándose un implante)
Dificultad para relacionarse con la gente, sobre todo con las mujeres
Afán de superioridad

Relaciones interpersonales

Richard Sol y Bender: Compañeros de Universidad y colegas de Nash en Wheeler. Tiene una buena relación con ambos, como colega y amigo.
Martin Hansen: Compañero de Universidad de Nash, y más tarde, director del campus donde estudiaban. Comparte la beca Carnegie con Nash. Inicialmente él y Nash no simpatizan, debido a que Martin busca hacer ver mal a Nash, y viceversa, pero más tarde olvidan sus diferencias y se llevan mejor. Martin llega a permitirle a Nash tener un puesto de profesor aún y con su enfermedad.
Charles Herman: Primer alucinación de Nash. Se presenta como un compañero de alcoba, muy alegre, vivaz, constantemente animando a Nash.
William Parcher: Segunda alucinación de Nash. Se presenta como un director del departamento de defensa de USA. Le pide a Nash el desciframiento de códigos escondidos en revistas y periódicos para descubrir la trayectoria de una bomba elaborada por los rusos. Le implanta un diodo de radio a Nash, con el cual podría entrar al edificio a hacer la entrega de sus trabajos. Obviamente todo lo aquí escrito es alucinado por Nash.
Marcee: Tercera alucinación de Nash. Es la sobrina de Charles Herman, a la cual trata como si fuera sobrina de él.
Alicia Larde: Inicialmente alumna y después esposa de Nash. Con ella Nash logra relacionarse de una manera adecuada, considerando que presentaba dificultades para relacionarse con las mujeres. Su relación se da de una manera normal, hasta un día en que Nash le pide ansiosamente a ella que salga de la casa rápidamente, que no puede explicarle lo que pasa, a lo cual ella reacciona con miedo y llama a un psiquiatra. Durante la enfermedad de Nash se presentan algunos problemas maritales, sobre todo por la falta de cuidados de Nash hacia su hijo y la falta de sexo en la pareja.
Dr. Rosen: Psiquiatra que atendió a Nash. Al principio Nash reaccionó con hostilidad hacia él, creyendo que era un ruso que lo tenía atrapado. Después de que se entera de que está enfermo, Nash lo trata de una manera normal, aunque no sigue el tratamiento.
Toby Kelly: Estudiante que discute con Nash, siendo este ya anciano, las teorías que tiene en mente para recibir asesoría.
Thomas King: Persona que informa a Nash de su adquisición del premio Nobel.

Hipótesis de causa del cuadro clínico

No se puede descartar una posible disposición orgánica, aunque hay aspectos psicológicos mayormente determinantes de la patología. Posiblemente lo más importante sean los impedimentos sociales que el mismo sujeto se coloca. La gente no le agrada y dice que él no le agrada a la gente. Esa creencia debe estar fundada tal vez desde su infancia, por alguna experiencia social indeseable. Su personalidad es muy retraída, agresiva. Afirma que no quiere perder tiempo leyendo a “mortales inferiores” en clases, las cuales afirma que destruyen el genio creativo. Tiene una personalidad a la vez muy narcisista, pues siempre busca ser original, destacar, y no le gusta perder. En el momento en que pierde, afirma que el juego es imperfecto. Este carácter narcisista, probablemente originado en una infancia de alguna manera traumática, es lo que posiblemente sea el factor determinante de la “psiconeurosis narcisista” que presenta.

Diagnóstico

Esquizofrenia paranoide.

Recomendaciones terapéuticas

Se llegó a manejar terapia de electroshocks y medicamentos. Se recomendaría únicamente continuar con el tratamiento farmacológico, tal vez alguno no tan fuerte, para poder trabajar terapéuticamente con el paciente. Una terapia con orientación analítica, tal vez con orientación Kleiniana específicamente, sería útil en este caso. Se buscará ubicar al paciente en la realidad, mostrarle aquellos aspectos de la realidad que ignora, y ayudarle a integrarlos, pues se encuentran para él disociados. Se procuraría evitar la generación de ansiedad con constantes interpretaciones, las cuales intensificarían la regresión ya manifiesta del paciente. El enfoque terapéutico deberá centrarse en la progresión e integración de factores disociados de la realidad del paciente. Mostrarle los aspectos sanos y enfermos, “buenos” y “malos”, que ayudarán al paciente a organizar su personalidad después de integrarlos. El analista deberá buscar colocarse como un objeto existente, en el cual el paciente pueda encontrar su retorno a la realidad. En el paciente psicótico se dan intentos de recuperación de objetos. Cualquier contacto que presente el paciente deberá ser aprovechado por el analista. Deberá trabajar con cualquier parte sana del yo del paciente, por más pequeña que ésta sea. En resumen, el analista debe primeramente mantener el contacto con el paciente, para después poder continuar con el análisis, jamás perdiendo el contacto con el paciente. Integrarlo poco a poco a la sociedad podría ser útil después de llevar un buen tiempo en tratamiento.

Perversión y Estructuras en Psicoanálisis

Por Carlos Arquieta

Esta información puede ser de utilidad para aquellos estudiantes de psicología y psicoanalistas que deseen conocer los aspectos básicos sobre perversión y estructuras en psicoanálisis. La información es concisa, y obtenida de fuentes confiables que encontrarán al final del texto.

¿Qué es perversión?

· Desviación con respecto al acto sexual “normal”, definido como coito dirigido a obtener el orgasmo por penetración genital, con una persona del sexo opuesto.
· Se dice que existe perversión: cuando el orgasmo se obtiene con otros objetos sexuales (homosexualidad, paidofilia, bestialidad, etc. ) o por medio de otras zonas corporales (por ejemplo, coito anal); cuando el orgasmo se subordina imperiosamente a ciertas condiciones extrínsecas (fetichismo, transvestismo, voyeurismo y exhibicionismo, sadomasoquismo); éstas pueden incluso proporcionar por sí solas el placer sexual.
De un modo más general, se designa como perversión el conjunto del comportamiento psicosexual que acompaña a tales atipias en la obtención del placer sexual.

¿Qué es estructura?

Epistemológicamente, una estructura es:
· Un conjunto de elementos
· Las leyes de composición internas aplicadas a esos elementos.
Una concepción estructural hace referencia a una serie de relaciones entre elementos.
Un perfil estructural está mantenido por ciertos rasgos específicos.
“La estructuración de una organización psíquica se actualiza bajo la égida de los amores edípicos”- la relación del sujeto con la función fálica.
Hipótesis: función fálica como factor de orden y factor de desorden.

Economía paradójica

Goce: desorden psíquico, mantenido por la presión constante del deseo.
Esto podría deshacer la estructura, ¿Cómo mantenerla?

La castración como factor de orden en el desorden.

“el orden de la estructura es instituido por el orden fálico”
Patología: acrecentamiento del desorden (goce)

Deseo y Goce

Deseo: el sujeto se instituye como sólo y único objeto del deseo del otro.
El goce se acerca a un crecimiento mortífero si nada le pone límites, si el sujeto no llega a suscribir la dimensión de la falta, a través de la función fálica.
La estructura psíquica se mantiene en un cierto orden si el deseo del sujeto se sustenta en el deseo del otro porque allí encuentra la falta.
En las vicisitudes de los amores edípicos y en la relación del sujeto con el falo es dónde se determina la estructura psíquica del sujeto (neurosis, psicosis y perversión).
“A este nivel, la cuestión que se plantea es: ser o no ser, to be or not to be el falo”.
A grandes rasgos, la problemática está en el ser y el tener. El sujeto puede sentirse identificado con el falo de la madre, o puede renunciar a esta identificación y aceptar la castración simbólica, identificándose con aquél que se supone tiene el falo, o al contrario, con aquél que se supone no lo tiene (Metáfora del Nombre del Padre).

Bibliografía:

Dor, Joël (1988). Estructura y Perversiones. Argentina: Gedisa.
Laplanche, J. y Pontalis, J. (1996). Diccionario de Psicoanálisis. España: Paidós.