viernes, 5 de junio de 2009

Vejéz: Vida, soledad, muerte, fe, amor y resurreción (Análisis de las películas "Elsa y Fred" y "Las confesiones del Sr. Schmidt")


Por Carlos Arquieta

“La muerte entra dentro del dominio de la fe”[1]
Lacan

Olvidamos, o al menos eso queremos, ponernos a ver lo que sucede en la vida real del ser humano. Nacemos, crecemos, nos reproducimos y morimos. A la vez, tenemos procesos imaginarios que se dan dentro de esas etapas, uno de ellos el amor. Pero hablar de morir, considerando que no se habla mucho de eso, ahí es donde encontramos cosas interesantes. Encontramos pequeñas historias, pequeños momentos casi “bíblicos” de muertes y resurrecciones dentro del proceso mismo de morir.

Pero antes de esto, hagamos un pequeño juego, puesto las palabras siempre nos dejan esta pequeña posibilidad. Considerando la homofonía de palabras, la palabra “amor” se puede comparar a la frase alemana “a mort”, que significa “ha muerto”. Como bien planteaba Miller (1989): “El francés que no sabe castellano, cuando escucha “amor” entiende “ha muerto”. Bien: podemos imaginar las consecuencias de un tal malentendido. Quizás, a su regreso a Francia, pensará, en lugar de “hacer el amor”, “hacer la muerte”. Tal vez se transforme en un asesino, o tenga gustos necrofílicos; tal vez descubra el único amor de su vida entre las tumbas, o sólo en una viuda; o “hará el amor a muerte”, “á mort”, hasta la muerte.”[2]

A partir de lo ya mencionado, planteamos lo siguiente: el salto de la vida a la muerte (¿o de la muerte a la vida?) implica que también encontramos la palabra “amor” de por medio. Si consideramos que la vejez es la época en la que el sujeto se encuentra más cerca de la muerte (o al menos biológicamente hablando, puesto nada asegura el momento en que moriremos), no podemos dejar el amor de lado. ¿O acaso por ser anciano no se puede amar? El amor es algo que atrapa, y hasta un viejito y una viejita se pueden hallar en medio de toda una odisea amorosa.

En “Elsa y Fred”, del director Marcos Carnevale, encontramos lo mencionado: “El día en que Alfredo se muda a un moderno edificio de Madrid ayudado por su hija Cuca, Elsa choca el auto de ésta última por accidente y se da a la huida. Pero el hijo de Cuca la ve y le cuenta a su madre quién es la responsable de la abolladura y lo faros rotos.

Gabriel, el hijo de Elsa se ofrece a pagar los daños ocasionados firmando un cheque. La mujer se lo lleva a Alfredo para que se lo de a su hija pero inventa que en realidad necesita el dinero para ayudar a su hijo menor que tiene cinco niños. El anciano decide pagar él mismo la reparación y Elsa le agradece invitándolo a comer a su casa.

Entre ambos la soledad que ambos experimentan pronto nace un vínculo que evoluciona hasta convertirse en amor, pese a las iniciales resistencias de Alfredo, quien sigue afectado por la reciente muerte de su esposa. Elsa, quien lleva una enfermedad terminal en silencio, decide tomar la delantera en la relación y hacer que el anciano viva todas esas cosas que nunca se permitió.

La mujer revoluciona la vida de Alfredo (o Fred, como ella lo llama) quien hace a un lado su hipocondría y decide vivir a pleno sus últimos años. Cuando él se entera de la enfermedad de su nueva novia y de alguna de sus fabulaciones decide cumplir el máximo sueño de Elsa: viajar a Roma para conocer la fontana di Trevi. Alfredo paga el viaje con el dinero que iba a invertir en un negocio con su yerno y en la fuente ambos recrean la escena de La dolce vita de Federico Fellini, la película de la cual Elsa es la fanática número uno.

Algún tiempo después, Alfredo y su nieto Javi van a colocar flores al cementerio en la tumba de Elsa y él se da cuenta –con una sonrisa en los labios- de que ella le mintió en la edad.”[3]
Dejemos de lado la idea constante de que en el anciano se dan ciertas situaciones como ley, y recordemos que el psicoanálisis deja como enseñanza que la universalización del psiquismo sería como pretender que todos los estudiantes en el mundo logren ser algún día buenos profesionistas.

“Así, el miedo a la muerte ha sido interpretado como el temor más básico que experimenta el ser humano, del que derivan los restantes miedos a través de su asociación directa o genérica con la muerte.”[4] Cuestionemos un poco este planteamiento, pues en esta película no hay solo muerte, miedo, o soledad. Hay un paso constante de la soledad al amor, y del amor a la soledad. ¿No es también el constante pase de la vida humana, de la muerte a la vida, de la vida a la muerte? Si hay algo que Elsa nos enseña es que una persona, aún estando al borde de la muerte por culpa de la enfermedad, es capaz de enamorarse y, aún estando casada, de pasársela bien. ¿Tener un poquito de fe acaso? La pregunta queda abierta.

Lancemos algunas ideas que se pueden observar en la película y que vemos también en la vida diaria sin hacer mucho esfuerzo. Elsa juega con la muerte, me atrevería a decir que Elsa es más mexicana que muchos mexicanos. “Nuestra” Elsa nos da la contra de muchas de las reacciones esperadas en un duelo por la vida. Y aún nada que ver con la melancolía freudiana, de la cual vemos ligeros esbozos en el Sr. Schmidt, de quien hablaremos más tarde. Al parecer, de las dos reacciones que consideramos comunes e influyentes en el proceso del morir: “la negación y el miedo hacia el hecho de la muerte”[5], Elsa solo deja ver la negación, aspecto inconsciente que se ve manifiesto en su constante alegría y picardía, además de su constante mentir en diversas situaciones. Creo que éste último aspecto es el mayor indicador, como un constante decir inconsciente: “si puedo mentir en la vida, por qué no mentirle a la muerte.”

Ahora, pareciera que Fred encarnara lo que Elsa se niega a considerar, la muerte. Así pensemos la posibilidad de considerar que es por lo que Elsa se enamora tanto de él. Si consideramos al Otro de Lacan como “la parca”, esa muerte que aguarda, que vigila, casi como algo seductor y dice: “ven a mí”, pero que no existe por no tener algo que ofrecer, podríamos decir entonces que Elsa odia tanto a la muerte hasta el grado de poder amarla, buscándola en alguien en quien pueda creer que la represente, lo cual sería menos angustiante que enfrentarse con el “Otro que no existe en tanto no tiene”. No nos extrañaría que esto sonara un tanto egoísta, pues al fin y al cabo, de lo que se trata el duelo freudiano es precisamente de perder el objeto para abandonar la angustia: “El objeto ya no existe más; y el yo, preguntado, por así decir, si quiere compartir ese destino, se deja llevar por la suma de satisfacciones narcisistas que le da el estar con vida y desata su ligazón con el objeto aniquilado.”[6] Por objeto aniquilado, nos referimos a la vida misma perdida por la enfermedad terminal.

Resumiendo, la pregunta es: ¿Entonces por qué Fred logra despertar algo en ella? Proponemos lo siguiente: Más que sobrellevar una enfermedad terminal, Elsa se atreve a sobrellevar a Fred, se deja seducir por la muerte, se permite vivir el elemento “amor” entre la vida y la muerte.

Dejemos de lado a Elsa un momento. Encontramos algo común entre la fase inicial de Fred (como si dijéramos Fred B.E., dígase, antes de Elsa) y el viejo Sr. Schmidt: “Las personas víctimas del viejismo se consideran desde el punto de vista social como enfermas, seniles, deprimidas, rígidas, asexuadas, pasadas de moda y una multitud de rótulos descalificatorios más”[7]. Al inicio, sus formas de ser parecieran caracterizarse “(…) por una desazón profundamente dolida, una cancelación del interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de amar, la inhibición de toda productividad y una rebaja en el sentimiento de sí que se exterioriza en autorreproches y autodenigraciones y se extrema hasta una delirante expectativa de castigo”.[8] De una buena vez, podríamos considerar todo lo mencionado como características de un tipo de muerte, y específicamente en estos casos, esa “muerte social”, en la que el propio individuo “determina su propia muerte social al considerar que ha dejado de ejercer un papel en la misma y que ya no forma parte de su comunidad, o cuando se retira por unos u otros motivos, de la vida social. (… el anciano que tras la pérdida de su conyugue decide encerrarse en casa con sus recuerdos y morir para todo lo demás, etcétera).” ¿Fred B.E. y el Sr. Schmidt son muertos “sociales” vivientes?

El lector podría decir: ¿por qué calificar así a Fred, cuando de quien hablas es propiamente del Sr. Schmidt? A esto, puedo decir que era necesario hablar un poco del Fred “B. E.” para poder comparar su temprana “resurrección” con la tardía “resurrección” del Sr. Schmidt. Que hayan resucitado ambos gracias a la fe podría sonar un tanto religioso, pero si comparamos la fe con el concepto “amor” que se da en la experiencia humana, y por qué no, analítica, las cosas cambian.

Pero que el Sr. Schmidt, a diferencia de Fred, se haya quedado más cercano a la definición freudiana de melancolía (que más bien sería un “duelo patológico”) durante más tiempo, implica diferencias en los tipos de depresión que ambos presentan. Mientras que Fred, ante la muerte de su esposa, presenta un “duelo normal”: “la reacción frente a la pérdida de una persona amada”[9], el Sr. Schmidt tiene toda una serie de pérdidas que lo llevan a algo que llama Salvarezza “duelo patológico”. El autor ya mencionado nos dice que si “el duelo normal es el trabajo de elaboración de una pérdida, el duelo patológico se caracteriza por la dificultad de aceptarla y por una reacción desmedida –para el observador- ante esa imposibilidad”.[10] Es claro que al Sr. Schmidt no le gusta nada todo por lo que empieza a pasar a partir de su retiro. Salvarezza continúa hablando sobre el duelo patológico y sus desencadenantes: “Los motivos más comunes suelen ser: fallecimiento del cónyuge, de hijos, nietos o allegados, migraciones, mudanzas o desalojos, casamiento y/o abandono del hogar por parte de los hijos, enfermedades propias o de familiares.”[11] Diríamos que el diagnóstico diferencial para el señor Schmidt es: depresión neurótica, del tipo de “duelo patológico”.

Si regresamos a Fred, la gran diferencia es que su duelo no es patológico, es normal, y retomando la teoría “al duelo no hay que tratarlo, hay que acompañarlo”[12]. Sin embargo, más que acentuar la diferencia en el diagnóstico, me gustaría llamar la atención sobre esto último que Salvarezza menciona. Fred nunca fue tratado, siempre fue acompañado. Además de su familia, llega alguien a su vida: Elsa. ¿Podríamos decir que la fe en ese amor venció a la muerte? Si consideramos la gran ventaja de Fred sobre el Sr. Schmidt, del cual podemos ver en la película que más que ser acompañado es “abandonado” por la familia que le queda (aunque suene satanizante, su hija le dejó al Sr. Schmidt mucho que desear), podemos entender ahora las implicaciones del amor en la muerte, de la fe en la resurrección si se me permite decir.

Fred “resucita” gracias a la mano de Elsa. Elsa, en esa escena de la fontana di Trevi, cuando ella y Fred están frente a frente y callan las aguas, escena totalmente imaginaria, logra volver a ponerle la raya a la muerte, representada ahora por Fred: “Te amo, Gracias”, dice Elsa a su amado. ¿No será un “gracias, te amo”? “Gracias, pues gracias a tu imagen logré vivir, aún siendo yo también una “muerta viviente”, y por darme eso que como representación del Otro no tienes, por eso y solo por eso, te amo”. Y agregaría un… “Vivieron felices para siempre”. Y no confundamos un vivir feliz para siempre, no implica inmortalidad. ¿Por qué no considerarlo como un “fui feliz cuando viví contigo”? El “vivieron” es cosa de dos.

No se alarme el lector si no hablo del Sr. Schmidt, pues para él hemos reservado un lugar especial. Creo que ya ha sufrido, o muerto, mucho, y es momento de decirle: “Sr. Schmidt, usted también puede resucitar. Estimado Sr. Schmidt: ¿Qué puede decir de ese Otro con el que usted mueve correspondencia? No hablo de la muerte, pues a usted todavía le queda una vida por delante. Ese pequeño ¿cómo se llamaba? Ah sí, Ndugu. Si tiene fe en él, como él en usted, podrá darse el derecho a “gozar” de ese “y vivieron felices para siempre”.

Es evidente que la presencia de Ndugu a través de meras cartas[13] es un recurso de vital importancia para la salida del duelo patológico en el que se ve saliendo poco a poco al Sr. Schmidt al final de la película. Digo poco a poco, porque esa lágrima que vemos en la última escena es, diría yo, el inicio de un “duelo normal”. ¿O acaso lo vimos llorar antes?

Las relaciones intersubjetivas de los seres humanos presentan toda una gama de posibilidades. Las posibilidades que se observan en “Elsa y Fred” y “Las confesiones del Sr. Schmidt” son interesantes ejemplos de la importancia de eso que llamamos “amor” en la época que en ocasiones también llamamos “el otoño de la vida”. Verdaderamente, dejamos que nuestros ancianos se crean el cuento de que su vida ha concluido. Y llega la muerte social. Toda la serie de pérdidas que se dan en esta etapa de la vida provocan cierta vulnerabilidad psíquica en algunos ancianos, y la acción de la sociedad sobre tal hecho es, o por un lado nula, o por otro lado, mortificante.

Si Lacan tenía razón en esa frase “La muerte entra dentro del dominio de la fe” no es sólo porque es reconfortante el creer en que vamos a morir, sino porque también la fe es un tipo especial de amor, amor ciego, por qué no. Y la muerte puede intentar entrar en ese dominio de las interacciones humanas, pero mientras el amor esté de por medio, la vejez puede disfrutarse tanto como la misma juventud.



Notas:

[1] Conferencia en Louvain (1972), tomado de http://www.youtube.com/watch?v=xG2ledvd42M
[2] Tomado de la tercera conferencia del seminario de Jacques A. Miller “Lógicas de la vida amorosa”: Jornadas del Campo Freudiano en la Argentina, Buenos Aires, 1989.
[3] http://es.wikipedia.org/wiki/Elsa_y_Fred
[4] Salvarezza, L. (1998) La muerte y el morir en el anciano. Cap. 16 p p. 379-401. Tomado de: Una mirada gerontológica actual. Buenos Aires: Paidós.
[5] Op. Cit.
[6] Freud, S. (1915). Duelo y melancolía. Argentina: Amorrortu.
[7] Salvarezza, L. (1998) Factores sociales y biológicos que inciden en la psicología del envejecimiento. Cap. 2 p p. 38-55 Tomado de: Psicogeriatría: Teoría y Técnica. Buenos Aires: Paidós.
[8] Freud, S. (1915) Duelo y melancolía. Argentina: Amorrortu.
[9] Freud, S. (1915) Duelo y melancolía. Argentina: Amorrortu.
[10] Salvarezza, L. (1998) Las Depresiones en la Tercera Edad. Cap. 3 P.p. 58-101. Tomado de: Psicogeriatría: Teoría y Técnica. Buenos Aires: Paidós.
[11] Op. Cit. Las cursivas son mías. Con ellas indico las pérdidas que el Sr. Schmidt tuvo que sufrir.
[12] Op. Cit.
[13] “(… que lo esencial se pueda transmitir así. Eso demuestra la hipótesis lacaniana del inconsciente estructurado como un lenguaje, que en cierto modo todos los analizantes saben. Se puede agregar que es notable que el caso fundamental para Freud de la teoría de las psicosis, el caso Schreber, sólo lo conoció por el escrito de Schreber y nunca se encontró con Schreber” Fragmento tomado de Contrapunto clínico, presentación realizada por Jacques Alain-Miller en el Simposio del Campo Freudiano, Buenos Aires, 1989.