lunes, 18 de mayo de 2009

Sobre la psicogénesis del suicidio

Por Carlos Arquieta
A través del tiempo, el hombre le ha dado un distinto significado a la muerte según su contexto, e incluso la misma sociedad influye de alguna manera en su forma de pensar sobre ella; a su vez, se ha criticado duramente el acto suicida en todas las épocas conocidas del hombre pensante, pero ¿qué pasa por la mente del suicida que lo impulsa a cometer tal acto? Para contestar a esta pregunta, tendremos que dejar a un lado el aspecto social para ahondar más en los factores psicológicos propios del suicida.

Hablando propiamente del psicoanálisis, este ve al suicidio de dos maneras: una es dirigida hacia un objeto externo y otra hacia el propio yo.

El suicidio puede tomarse como la acción que culmina una crisis de manera significativa. El suicidio se da luego de una fuerte decepción amorosa que retorna al sujeto la agresión contra el padre u objeto perdido, lo que hace evidente que el suicidio es un acto con un alto contenido simbólico dirigido a “otro” como una forma de expresarle que su desprecio fue fatal, mortal. Con esto la persona suicida quisiera hacer sentir culpable al “otro” y que tal escena de la acción suicida lo deje con el remordimiento destructor de ser la causa de tal atrocidad.

Ya habíamos mencionado que el Otro está de por medio. Es interesante como en el acto se suicida pareciera que se “funden” los procesos inconscientes y conscientes[1], siendo afectado el Otro interno y el Otro externo. En esta relación sujeto-Otro encontramos las siguientes premisas[2]:
El suicidio es un suceso que pretende enviar un mensaje de una persona a otra;
Existe una persona específica que se espera reciba el mensaje del suicidio; el acto suicida se comete por esa persona, por encima de todo; y
el principal contenido del mensaje que se transmite es el enojo

Aún y esto nos parecerá bastante manifiesto, y talvez sea preciso recordar los planteamientos hechos por M. Klein. Regresemos a lo inconsciente y a lo que se da en el plano de la fantasía. Nos recuerda que “todo estímulo externo o interno está lleno de los mayores peligros”[3]. Entonces, cualquier fragmento que quede de los objetos malos, cualquier objeto malo del exterior, o incluso internalizado, pone en peligro la integridad no sólo de los objetos malos, sino también de los buenos. Todos estos procesos que se dan dentro del sujeto lo llevan a un conflicto inconsciente, conflicto en el cual, al haber riesgo de pérdida del objeto bueno, el sujeto cae en un autocastigo, el cual puede ser el suicidio. A esto nos referimos cuando hablamos del sucedió dirigido al yo, como forma de autocastigo. Es aquí donde nos detendremos por ahora, y ahondaremos en como se da ese autocastigo.

En el texto “La psicogénesis de la homosexualidad femenina” de 1920, Freud dice: “El psicoanálisis nos ha descubierto, en efecto, que quizás nadie encuentra la energía psíquica necesaria para matarse si no mata simultáneamente a un objeto con el cual se ha identificado, volviendo así contra si mismo un deseo de muerte orientado hacia distinta persona” [4]

Entramos al terreno de las identificaciones. Recordemos que los primeros objetos, en particular los “buenos” son con los cuales el sujeto se identifica. Así, otro factor que provocaría el suicidio en el adolescente sería identificarse con ese objeto que se quiere destruir, destruyéndose a sí mismo en el acto suicida. Pero no es tan sencillo, porque este acto lleva implícito un poco de culpa, culpa generada por los primeros objetos introyectados, los cuales forman la base del superyò[5].

Anteriormente mencionamos como puede darse la posibilidad de identificarse con objetos sumamente severos, un objeto bueno bastante perfecto y exigente, que pide toda la atención. El lector ya habrá recordado: ese objeto que decíamos que hacía una petición como “¡Tienes que repararme!” Si dijimos que ese objeto es introyectado, convirtiéndose en un superyò, éste podría castigar al sujeto si es incapaz de protegerle, en una lógica de “no me protegiste, a mí, quien te dio gratificación, no me demuestras gratitud…deberás sufrir las consecuencias” El sujeto cae en esa culpa y desvalorización de su yo, y culmina en su autodestrucción.

Veámoslo desde Freud. Tomando en cuenta que las tendencias suicidas deben ser vistas también desde un lado interno, podemos decir que en la neurosis, el mecanismo psíquico hace que en el sujeto retorne el deseo de matar; pero al ser casi imposible confesar que el objeto de la pulsión de muerte es un ser amado, esta pulsión se vuelve contra la propia persona en un sentimiento de autodesvalorización y destrucción. ¿Còmo es posible desear la muerte de un objeto amado? Pareciera que la única forma de compensar semejante pensamiento de muerte hacia el objeto amado sería la muerte propia. Veámoslo en un esquema, juntando la teoría de Stekel (1910) y las modificaciones hechas por Freud en “Duelo y melancolía” (1915)[6].


Deseo asesino hacia alguien-Impulso reprimido por el superyò-Sentimiento de culpa-Estado de melancolíaAuto-destrucción


Figura 1: Esquema interno del acto suicida

Para reafirmar esta idea de que el suicidio puede ser dirigido hacia el propio yo, podemos citar a Albert Camus, quien nos dice que la sociedad y el mundo externo no tienen mucho que ver con esta clase de pensamiento, es en el aparato psíquico del suicida donde se encuentran estos pensamientos suicidas que tanto atormentan al individuo. Dependerán entonces estas tendencias de la forma en que estén organizadas las pulsiones de vida y muerte del sujeto.

Para dejar claro esto último tomaremos como referencia lo que Freud nombra “pulsión de muerte”. La meta de toda vida es la muerte. Cuando surge la vida hay una pulsión que procura volver a la muerte, es decir volver a lo inanimado. Las pulsiones de vida son las que impulsan al organismo a prolongar la vida del sujeto y así retardar el proceso de muerte. El concepto de pulsión de muerte fue introducido por Freud en “Más allá del principio de placer” (Jenseits des Lustprinzips, 1920); en este texto describe a la pulsión de muerte como una tendencia a liberar el cuerpo de toda tensión y volver a lo inorgánico (o inanimado).

Al ser estas pulsiones de muerte casi una invitación a la autodestrucción que surge del interior psíquico del sujeto, estas solo se exteriorizan cuando el sujeto intenta agredir a un tercero como parte de su mismo impulso a la destrucción exteriorizado a lo cual se le puede llamar pulsión agresiva o destructiva, que es cuando el sujeto refleja en otro ese sentimiento de autodestrucción y lo manifiesta.

Según la teoría de Freud, estas pulsiones de vida y muerte se separan una de la otra dando pié a lo que se diría un dualismo entre ellas dado a su función contraria en cuanto a que la pulsión de muerte intenta destruir para liberar tensiones y la pulsión de vida conservar la misma.

Melanie Klein reafirma ese dualismo de las pulsiones de muerte y pulsiones de vida, atribuyendo incluso un papel fundamental a las pulsiones de muerte desde los comienzos de la existencia humana, no sólo en la medida en que están orientadas hacia el objeto exterior, sino también en cuanto operan en el organismo y dan lugar a la angustia de ser desintegrado y aniquilado.[7] Así, el lector, aún a estas alturas, podrá ahora entendernos sobre el por qué elegir una postura Kleiniana en los temas de depresión y suicidio.

[1] Decimos que se funden, porque la agresión hacia el Otro no sólo se da de manera interna, sino que, externamente, los familiares o la persona por la cual se cometió el suicidio en verdad sufre la agresión hecha hacia su persona.
[2] Estas premisas son tomadas de Sullivan, D. y Everstine, L. “Personas en Crisis” Ed. Pax México (2000).
[3] Klein, M. “Contribución a la psicogènesis de los estados maniaco depresivos” Ed. Bibliotecas de Psicoanálisis.
[4] http://www.herreros.com.ar/melanco/garcia.htm
tomado el 23 de Abril de 2008

[5] Sólo resaltamos el origen mismo del superyò en los primeros objetos introyectados, los cuales, como ya se vio, presentan desde el principio las características de rigidez y rigurosidad propias de superyò maduro.
[6] Sullivan, D. y Everstine, L. “Personas en Crisis” Ed. Pax México (2000). Cabe mencionar que en el esquema, la única modificación o elemento que agregó Freud es el “estado de melancolía” que se da antes de la “autodestrucción”
[7] Laplanche, J. y Pontalis J. “Diccionario de Psicoanálisis”. Ed. Paidòs, España (1996)

No hay comentarios: